MARCOS STABILE – PERIPECIAS EN EL TOMAR

 Nota retrospectiva en torno a las movilizaciones estudiantiles que tuvieron lugar en el territorio argentino durante 2024.

Marcos Stabile

En una casa vieja que hoy ya es edificio, donde vivió gente que jamás podrá alquilar ahí su pieza, alguien escribió: okupa, un medio más que un fin. La casa como espacio de organización permanente orientado hacia otra cosa, arrojada hacia el futuro, dispuesta como plataforma.

A partir del veto a la ley de financiamiento universitario y del cimbronazo que la medida generó en el movimiento estudiantil, la cuestión del tomarse un espacio para eventualmente convertirlo en bastión de resistencia vuelve a ponerse en debate. Y si lo hace, si de nuevo —más fervientemente ahora que otras veces— su pertinencia como instrumento se convierte en objeto de discusión, es porque sus efectos se dirigen a un cuerpo político que prescinde de lo físico, de lo material, para ejercer poder.

Desde que comenzó su ciclo de gobierno, la coalición de La Libertad Avanza (LLA) ha sido ejemplar en profundizar la dislocación entre el discurso político y la dimensión corpórea de la política. Se trata de una gestión incapaz de cualquier tipo de convocatoria, cuya actividad y militancia circula por la superficie inmaterial de las redes sociales y que conjuga sus intervenciones según la gramática de las plataformas: la lógica del enjambre para atacar, la apuesta por la estela residual de las fake-news en la construcción de sentido, el impacto de indicadores numéricos descontextualizados, sintéticos e incomprobables en un territorio discursivo donde la narración se vuelve imposible y, por lo tanto, la explicación también, son sólo algunas de las modulaciones posibles de la semiótica libertaria.

El proyecto de LLA consuma la financierización de la política, en el sentido en que la acumulación de su capital simbólico se expande igual que un activo intangible, separado de la actividad real de la que deriva y del estatuto material de aquello a lo que, en última instancia, se debe. No es que el gobierno no haga, más preciso sería decir que no produce, porque el desmantelamiento, la desarticulación, la demolición de todos los reductos de lo común son un hacer que pretende terminar de socavar los vasos comunicantes entre el territorio y la gobernanza. Separación, «el alfa y el omega» de la sociedad del espectáculo, según Guy Debord [1].

Es este lenguaje de la abstracción el que explica la imperturbabilidad de Milei frente a las dos marchas federales universitarias. Movimientos coagulantes, agudos, episódicos y muy potentes pero que no lograron perforar la red discursiva en la que quedaron, finalmente, contenidos; el flujo de poder de este gobierno circula por una urdimbre de tejido permanente que resignifica todo, una máquina descentrada de producción significante que trabaja en el desborde, que derrama sentido sobre lo que pasa y lo inscribe en el relato de los zurdos, comunistas empobrecedores vs. la gente de bien.

El veto, por su parte, desencadenó un estallido de asambleas en casi todas las universidades públicas del país. Había gente, en edificios, discutiendo qué hacer. Para muchos se trató de un primer contacto con una instancia de participación no delegada, directa y horizontal, insólita en el marco de instituciones en las que la circulación de lo político, desde hace años, es renuente a salir del alambicado burocrático. Quizás por eso las tomas fueron el objeto de debate más encarnizado. La ocupación del espacio, en muchas de las facultades, ya no formaba parte del instrumental político del estudiantado. La medida amenazaba la serialidad de una forma de gestionar la política universitaria —por parte de las conducciones— basada la ecualización de las demandas, los ligeros ajustes y la administración de lo permisible.

La reacción en cadena de las asambleas multiplicadas a lo largo y ancho del país implicó, de por sí, un paréntesis en el devenir de una juventud universitaria despolitizada en su amplia mayoría. Quizás no completamente alienada en términos de posicionamiento, pero sí de acción. En esa línea, la asamblea como instancia de participación salva el abismo que separa la política de la presencia, aunque su jurisprudencia no alcance más allá del espacio reducido de la facultad y del cuerpo también limitado del estudiantado; aunque su poder, como órgano soberano, no rebase lo inmediato. La asamblea, así pensada, recompone el desgarramiento en el que se funda la democracia neoliberal entre el yo y el colectivo, recarga con el peso del compromiso el caparazón de la ciudadanía light; implica, conflictúa y, fundamentalmente, contraria el derecho a vivir como si no tuviéramos ninguna obligación por los otros. La asamblea forma.

Y la toma, resolución iterativa en muchas facultades, obliga a volver sobre lo físico. Impone toda una materialidad en la era en la que lo político parece dirimirse en otro plano, ya no en lugares, sino en semiosferas. La pregunta es ineludible: ¿por qué, entonces, tomarse la facultad? ¿Qué sentido tiene re-politizar un espacio en tiempos en que, justamente, lo político prescinde del espacio?

En primer lugar, porque estábamos desorganizados. Si la batalla es cultural y se despliega en arenas digitales, el uno a uno no puede conducir a otra cosa más que al empate técnico o a la derrota; la lógica de mayorías no aplica a entornos en los que pululan figuras de ciudadanía digital autopoiéticas y de reproducción infinita como los trolls o los bots.

Frente a la mitosis discursiva de las redes sociales, el factor cuantitativo pierde centralidad. La potencia comunicativa de un mensaje efectivo, plausible de ser viralizado, aparece como opción frente al aguijoneo en miríadas. Cuesta pensar en la posibilidad de elaborar formas de visibilización de ese tenor sino es en entornos físicos y de convulsión constante de ideas. La facultad como sitio, pervertida en el funcionamiento de sus espacios por la toma, habilita ese tipo de intercambios. Los garantiza.

Por otro lado, la disponibilidad permanente de un suelo organizativo permite el anegamiento del espacio público. Las clases públicas, las performances en la calle, los semaforazos, las movilizaciones ininterrumpidas han manado de las tomas. Fue su atmósfera de alerta continua de la que se nutrieron estas acciones; actividades que en su fractura del orden cotidiano derramaban a la universidad por fuera de sí y la hicieron visible en el circuito urbano.

Hoy, semanas después, son pocas las facultades que permanecen tomadas. El estudiantazo no hizo mella en una gestión cerrada a cualquier tipo de diálogo que amenace el empecinamiento obsesivo con el equilibrio fiscal en base a ajuste. Entonces, ¿no sirvieron para nada las tomas? Basta con observar, en casi cualquier facultad, la cantidad de estudiantes que a partir de ellas se involucraron en el conflicto. El acaparamiento de los edificios universitarios no resuelve la cuestión. Lo sabe cualquiera. Pero sí arroja a quienes son sus habitantes —y no solamente sus usuarios— a participar, aunque sea incluso en contra de la toma, en la organización de la vida dentro de las instituciones, a pesar de que no sea más que por unos días. Religa lo político y lo cívico e impone la necesidad de dialogar, de debatir, de respetar mayorías y tiempos que incomodan a la costumbre de instantaneidad y distanciamiento propias de la ciudadanía digital pero también de la ciudadanía light, restringida únicamente al voto cada algunos años, anónimo y muchas veces desapasionado. Reimprime, por fin, la posibilidad de decidir—la verdadera libertad— sobre una superficie de aplicación que no es la del consumo.

De cara a las próximas paradas por el financiamiento universitario, las tomas —si es que siguen, si es que vendrán— serán las usinas de donde broten las líneas de acción para desanudar una puja sin horizontes de solución a la vista, por lo menos, a partir de las vías institucionales. En caso de que la obstinación del gobierno se sostenga, serán el medio para pensar, actuar y tomarlo todo hasta que ese hermetismo se resquebraje.

Notas

  1. Debord,La sociedad del espectáculo[1967] – 4. ed. Buenos Aires. La marca editora. 2012.

 


Comments are disabled.