
“La única sociedad llena de vida y fuerza, la única sociedad libre es la sociedad bi o policéfala que ofrece a los antagonismo fundamentales de la vida una salida explosiva constante, aunque limitada a las formas más ricas.
La dualidad o la multiplicidad de las cabezas tiende a realizar en un mismo movimiento el carácter acéfalo de la existencia…»
G. BATAILLE
Podemos asegurar que quienes carecen de cabeza no pueden poner la otra mejilla. Quienes vivimos la existencia explosiva de la ausencia de cefalea erguimos nuestro rostro en el centro del pecho. Ahí radica nuestra certera voluntad de presenciar con risa y delicadeza el espanto y la huida pavorosa de cada jefe que se nos cruce en este putrefacto mundo. En cada uno de estos pequeños gestos de descriterio se enciende en nosotrxs el bello deseo de degollar la cabeza mayor de este orden existente.
Es necesario retroceder para comenzar. Ya hace mucho tiempo que se perdió la vieja escuela. Antiguamente, quizá el siglo pasado, cuando se decía antifascismo, se declaraba un pre-fijo «acción». El lema era simple: APLASTAR AL FASCISMO EN TODAS SUS FORMAS. Era un movimiento común, antiautoritario y violento. Su raíz partisana conocía bien la táctica de ataque y sustracción. La masa era el lugar común de repliegue y anonimato. La experiencia partisana tenía en su cuerpo la expropiación de sí. La salida al mundo con el fin de subvertirlo. La sustracción del cualsea frente a la tiranía de la maquina fascista. Se sabía que esta era una guerra de intensidades, sin nombres, invisible y subterránea. La aventura partisana era en el gesto del silencio. Un desplazamiento del dolor-padecimiento al dolor alegría. Ética de guerra en nombre de nadie, por el simple gusto de ver el mundo derrumbarse.
Hay algo del silencio en el viejo juego del secreto al que no hemos sabido corresponder. La exigencia histórica y la coyuntura actual nos enfrenta nuevamente al «instante de peligro». Sin embargo, pareciera que el habla o hablar por hablar –en la época de la mostración total– no nos permite escuchar los susurros que «vuelven a pasar por el corazón». Hoy el «decir» y el «hacer» no se corresponden. Se vive en la autocelebración patética que se denomina «Espectáculo». Se quiere mostrar todo y que todo sea exhibido. Cada cual es más importante que el enemigo. El común es cada cual en la exaltación de su mostración. El tumulto no ve a quien se debe aniquilar. En ello el respeto se traduce en pacificación. Esa es la maximización demócrata. ¿Visibilizarían que nada ocultan?
Pues bien, sin ocultamiento no hay defensa. Sin defensa no hay ataque. Sin ataque la aniquilación será total.
Cuando ya no nos queda más una cosa qué hacer, luchar o ver toda vida v(a)olarse cual mesa encantada, nos alegra poner nuestras sensibilidades a la escucha del «CÓMO» de aquellxs que colgaron al Duce, cortaron su cabeza y con ello el mando-fundamento-arkhe-dios del régimen fascista.
Hay que rastrear en el pasado lo que continúa operando dentro de nosotrxs y replicar conspiraciones antiguas de quienes encontraron en la acción el remedio contra el miedo. Intentaron atarnos de manos en otrora hasta quebrarnos los ojos y aprendimos a guindarlos hasta quebrarles los tobillos. No seguiremos ya el camino al confesionario. Bien nos enseñaron que frente a la debacle, se mata a lo que mata hasta que guinde de cabeza el mando de sus lenguas.
Recordar la experiencia histórica partisana es mucho más que poseerla como res de memoria, subsumirla a la retórica del victimismo o hacer de ella un fetiche. Recordar es hacer de su aventura la nuestra. Restituirla en nuestro corazón es, quizás, abrazar las contradicciones de un grupo intempestivo arrojado a la vida. Habitar con ellxs nuestro presente de lucha.
Lo que está en cuestión es la inútil reparación de una civilización que opera sobre trizas. Hoy, una vieja epifanía nos cuida: quien a hierro aniquila a hierro muere. Y si alguien ve, solo exigimos algo… nadie sabe ni ha visto nada si alguien pregunta.
Hasta que todas las balas sean devueltas.